jueves, 29 de diciembre de 2016

Cuento: Radio de acción

Tengo un minuto para visitar todo un pasado y sigo pensando que el radio es el mejor amigo del hombre. No he vuelto a abrir los ojos. Trato de imaginarme: oscuridad + oscuridad = oscuridad. Aprieto bien los ojos. Y las manos. Tampoco he vuelto a abrir las manos. Trato de imaginarme: vacío + vacío = vacío. 3mtros x 1. Espacio reducido. Choco con las paredes. Mi cuerpo es el único habitante. Cuando traen la comida doy las gracias.
Pero no como. Tampoco quisiera beber agua. Pero bebo. Algo tengo que llevar al estómago. Agua. Solo agua. No sé cuántas horas llevo así. Lo espero todo. Pienso que puedo correr la misma suerte de ese que llaman: "El Rubio" a pocos metros de distancia. El hombre dijo que le dolía. Que eso no se le hacía a un hombre. Que estaba sangrando. Que la iban a pagar bien caro cuando él saliera. Creo que hay un loco entre nosotros. Se lanza contra la reja de la puerta. Le piden que se controle. Pero el hombre sigue. Lanza palabrotas. Alguien se acerca y da golpes en el hierro. Le gritan: Maricón. Maldito. Si te saco de ahí vas a saber lo q' es bueno. Ven responde el otro. Sácame de aquí pa' que tú veas. Sácame. No oyes que quiero que me saques pa' partirte la vida. Lo sacan. Se lo llevan a rastras. Sé que va a saber lo que es bueno. Pero yo todavía no sé en qué consiste. Pienso no decir palabras que hieran a otros hombres. Pienso hacer el silencio necesario. Anunciaron la hora del baño. No tengo ganas de bañarme. Debe ser alrededor de las cuatro de la tarde y parece una eternidad. La picazón aumenta. Comenzó por los pies y recorre todo el cuerpo. Es la circulación. La mala distribución de la sangre. La mala hora de todo. Todo a deshora. También podría ser, a estas alturas, la diabetes. Si tuviera un bolígrafo escribiría a esta hora. Si tuviera algún papel. Me siento en una cama que no es mía. Se supone que esta noche, cuando logre vencerme el sueño, me lanzaré sobre ella. Voy a dormir fuera de mis costumbres, en una cama dura. En un tablón. Sobre la sangre de otros. Sobre el sudor. Las secreciones. Los virus. Los humores. Los parásitos de otros. Por momentos se me olvida hasta mi nombre. Quiero prender el radio. Lo busco. No lo encuentro. Esta es la hora en que sintonizo la emisora. El programa que sigo desde hace cuatro décadas, mientras devoro media cajetilla de cigarros, que a veces acompaño de un buen té y unas tostadas. (Cuando se puede). El techo es gris. Hay una pequeña buhardilla, pero no sé, espero que sigan ahí arriba las estrellas, no siempre tengo fuerzas para subir sobre mis propios impulsos, a veces se necesita el espacio físico y el ángel para la imaginación. A veces fallan los dos. A veces falla todo. A quién se le ocurre que es fácil burlar la guardia. El techo es azul. Siempre espero unos labios que vienen. Que llegan. Que me vencen. Quisiera hacer realidad un hueco detrás de la cama, lo escarbo con las uñas, los cuchillos y algunos roedores me ayudan. (He leído sobre tanta gente que pudo burlar esta tragedia). Di palabra de honor de no dejarlos solos, la santa promesa de llevarlos conmigo a donde vaya. Los grillos cantan. Pero no canta el gallo para decir que amaneció, jamás se hizo de día o de noche. No. No escucho a ningún gallo cantar, parece que hay muchos kilómetros de distancia. Me imagino que la casa más cercana queda a unas cien millas. La persona que amo sigue en mi mente como el primer día. Quiero volver a echarme sobre mis sábanas a escuchar las noticias. Pongo las dos almohadas en la cabecera. Me recuesto. Cruzo una pierna sobre otra. Y pido que nadie entre al cuarto. Le doy dos vueltas a un botón y quedo conectado con el mundo. Recuerdo como si fuera ahora mismo el día que entrevistaron al Nobel de Literatura y al político… Los reportes desde el Muro cayéndose a pedazos. El salto auténtico que convirtió en genio de las alturas a un atleta. Las excentricidades. Las farándulas. Los comentarios de más. Y los de menos. Oigo las voces oficiales y las clandestinas de uno y otro país. Juzgo. Y soy juzgado. El juez me halló culpable, pero soy inocente. Soy inocente. Lo repito y lo soy. Un hombre lleno de deseos que ve cercados todos sus deseos. Las ilusiones cercadas. Y el terror de que vengan a decirme lo mismo que aquel primo cuando jugábamos a las cárceles. Saluda. Desnúdate, quítatelo todo. Demuestra que tienes educación. Desde niño aprende a representar a la familia. Ten tu semilla preparada en la ventana. Lánzala cuando digan tu nombre en señal de aceptación. Y que crezca la planta. Que llueva. Que escampe. Que puedas salir hasta el portal y decir: Es la oportunidad. Demuestra que tienes cultura. Desnúdate. Estamos en un sótano. En la cueva. Aquí no entra la mínima luz del ojo humano. También tengo el terror de las lecturas. Esos cuentos. Las novelas. Los testimonios que leí hasta las lágrimas al ver como salían desde uno y otro párrafo los hombres de una suerte anterior a la mía con historias que creía inverosímiles. Mañana llega Berta, ha dicho alguien. Vendrá Olivia, dice otro. Antes de entrar aquí lo último que escuché en las calles fue que esperaban a la Virgen. Iba a llegar la Virgen. La iban a traer en procesión desde otro pueblo. No sé si habrá llegado. ¿Podrá hacer esa señora algo por mí? Escucho nombres y apellidos que confunden el lugar. Una voz de barítono, afectada, invoca a San Lázaro y alguien se caga en el presidente de la República. Llego al instante en que comienzo a confundirlo todo. Dudo que siga siendo un personaje del presente. Me obligaron a coger el azadón y me gritaron que lo soltara y arrancara las yerbas con las manos y sentí el primer culatazo contra mi espalda y el cubo de agua fría al esquivar el golpe era tarde me habían roto las costillas una herida en el muslo brotó la sangre me tiré al suelo dije le roncan los timbales uno contra cinco aumentaron las patadas me desnudaron se repartieron mis vestiduras me abrieron el costado una voz dijo métele una bazuca y otra gritó mátalo era muy bajo el techo lo comprobé mis labios se partieron al chocar de golpe cuando todos a una me lanzaron hacia arriba tengo llagas no conocía el hambre se me hunde el estómago en un dolor hasta ahora nunca percibido hay algo fracturado en mi esternón yo iba a consultar con un médico los dolores de mi artritis iba a sacar un turno con el mejor galeno de la ciudad iba a decir opere si es necesario este calambre debe cesar en las primeras horas ya me habían mordido los ratones y pensaba que eso era infernal y ahora descubro que fueron las últimas caricias del animal más noble debí sentir miedo cuando este se había dormido en mí pensé abrir los ojos y preguntar la hora lanzar alguna ironía que pudiera castigarlos enmudecer sus mentes iba a asustarme es lo que siempre hago cuando me ocurren cosas graves ya no podía asustarme ni siquiera pensarlo estaba muerto no servía de nada pensar que aquello era lo peor un sitio que debía evitar el último lugar del mundo: Colchoneta tinta en sangre. Pus. Pulgas. Ratas. Hambre. Sed. ¿Cuándo voy a dormirme? Por qué me golpearon. No tuve nada que ver con el motín. Regálenme un cigarro. Oscuro todo. Dónde están mis zapatos. Son los únicos que tengo. Usted no se imagina cuanto me costaron. Por qué me tengo que poner ese uniforme. No hice nada. No, ese no es mi nombre. No quise irme sin saber si era de día o de noche había perdido la cuenta cuando un hombre recibe cien patadas por minuto se entontece y a fuerza de costumbre mis oídos llegan lejos intacta la memoria nítida la audición cerca de mí había alguien aficionado como yo a la onda corta le dio todo el volumen a su radio se lo pedí se lo rogué y me complació lo último que escuché fue que eran las 15 UTC mis últimos segundos fueron para hacer la más rápida conversión del tiempo: estaban diciendo que en mi país en ese instante eran las 2:59 p.m.

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