jueves, 29 de diciembre de 2016

Cuento: Tacones Rojos

Despertó temprano y lo primero que vio fue el techo de su habitación, agrietado, de un blanco pálido. Lamió sus labios lentamente, mientras estiraba su cuerpo, le dolía un poco, señal de que estaba mal. Dirigió su mirada al otro lado de la cama, pero estaba vacío, se molestó, ella había no lo había despertado. Recorrió la habitación con la vista, era pequeña, el ventilador giraba y lo despeinaba, la cama tres cuartos no era suficiente espacio para los dos. 
Al lado de la cama había una cómoda que él se esmeraba particularmente en cuidar. El cuarto estaba desorganizado y la cama no ocupaba el lugar que le correspondía. De un salto se levantó y abrió la puerta de la habitación. El resto de la casa era solo una sala que a su vez era comedor, una cocina y un baño que le parecía atractivo, aunque le faltaran la mitad de los azulejos. Ella estaba sentada a la mesa tomando algo que simulaba ser café como desayuno. -¿Por qué no me despertaste? – no recibió ninguna respuesta. -Anoche soñé contigo ¿sabes?, fue un sueño hermoso- esperó recibir una pregunta para así comenzar a relatar, mas no recibió ninguna y decidió continuar por sí mismo- Soñé que tenía puestas tus pantis color café, me quedaban espectaculares, con unos divinos tacones rojos, que sé que conoces muy bien, eso era lo único que llevaba puesto, estaba en el medio de una plaza de una ciudad rodeada por mar, en un momento quise lanzarme al mar pero no pude, porque apareciste tú, hermosa como un ángel, completamente desnuda con los cabellos ondeando por la fuerza del viento y brillabas, brillabas tanto que en ese mismo instante corrí para recibirte y besarte frenéticamente. Era tanto el sentimiento que me profesabas que no sé cómo mis manos fueron a parar a tu cuello que besé y luego comencé a estrangular. Ella pasó una mano por su cuello. Aún le dolía, lo hizo cuidadosamente para que él no se percatara de lo que hacía, en su interior quería huir, estar lejos de allí, no soportaba estar un segundo más junto a él, su amor aunque era muy fuerte, no podía con todo aquello, su cuerpo estaba débil, sentía que desfallecía y cada palabra de él la debilitaba más. No lograba comprenderlo. Por unos minutos quiso estar en su cabeza, para descifrar cómo su cerebro se las ingeniaba para tomar todos los detalles y trasformarlos en un sueño para él. -Era divina la sensación de tenerte entre mis manos, sintiendo tu respiración, por segundos más lenta, y no hacías nada, estabas quieta, no trataste en ningún momento de defenderte y cuando sentí que dejabas de respirar coloqué tu cuerpo hermoso en el suelo y lo toqué, lo acaricié, lo poseí todo cuanto quise y una vez hube terminado me acosté a tu lado con tus manos entre las mías, mirándote a los ojos. Ahí fue cuando inició la otra parte, una enorme marcha de mujeres desnudas, todas con panties y tacones rojos se dirigían hacia nosotros, pero ya no tenía fuerzas para levantarme y pasaron por encima de nuestros cuerpos, nos pisaron y ni siquiera miraron hacia abajo, era como si no existiéramos, y tú y yo flotábamos en un abismo juntos, y yo reía y sangraba y reía y besaba tus labios y reía y besaba la puntas de los tacones, con mis manos te tocaba toda, y tocaba a esas mujeres que caminaban y una de ellas se detuvo y me besó y te besó y dijo que nunca se había sentido más real. Él la miró pero su rostro no tenía expresión alguna, ella se concentraba todavía en los hechos y ni siquiera se fijó en que él la miraba –La mejor parte fue cuando el inmenso desfile terminó, me puse de pie con energía renovada y todo el cuerpo sangrando, miré sus siluetas que se alejaban, las quise tener a todas, pero se habían marchado, entonces tomé tu cuerpo y lo lancé al mar, que se tiñó de rojo y te vi flotar y flotar hasta perderte en el horizonte entre las olas. Fascinante, era todo un poema armoniosamente compuesto. ¿Qué te parece, te gustó? La misma expresión sin respuesta. - Estás imposible, no se te puede ni siquiera hablar. Bruscamente se levantó y se dirigió hacia el baño, el cual cerró de un portazo. Ella se puso de pie. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero él no miró su llanto, fue hasta el cuarto, aún la reparación no había tomado su ritmo habitual, se sentía destrozada, y alterada. Contempló en el espejo de la cómoda las huellas de las manos de él en su cuello, frescas y moradas. Estaba completamente loco y esto ya lo había confirmado, se sentó en el borde de la cama, abrió la segunda gaveta, que era la preferida de él, y sacó las pantis marrones, que estaban justo al lado de los tacones rojos, se desvistió con cuidado, su cuerpo frágil tenía huellas de odio y su pubis le dolía lo suficiente para tratarse con sumo cuidado, puso en sus piernas la pantis, tomó los tacones rojos que le quedaban un poco grandes, y comenzó a marchar frente al espejo con una lágrima corriéndole por la mejilla. 

Noemi Velásquez

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