Con
tres largo pasos subió la misma cantidad de escalones que separaban
a la puerta de la acera y tocó el timbre. Esperó. Unos segundos.
Después escuchó ruidos en el interior y ella abrió la puerta.
-Tengo
que hablar algo contigo. – Le dijo mientras la flanqueaba para
entrar a la casa; ambos fueron hasta el sofá de la sala, donde se
sentaron uno junto al otro.
-
Escucha… -Continuó.- creo que deberíamos terminar.
Ella
lo miró sin demasiada sorpresa, y definitivamente sin ningún signo
de desánimo, como si no entendiera bien lo que le quiso decir.
-¿A
qué te refieres con eso?- Respondió casi que para enfatizar más su
reacción; sin ningún tono de voz en especial, como si fuera una
pregunta de cortesía de la cual no le interesaba demasiado la
explicación.
El
lo pensó, masajeándose las sienes durante unos segundos.
-Quiero
decir que tenemos que terminar… tenemos que terminar porque te
odio…-Al darse cuenta de lo que había dicho, intentó remendarlo:
-… pero no es algo personal, simplemente odio a todo el mundo.-
Ella
reaccionó entonces: sintiéndose incómoda, evidenciándolo con
algunos movimientos acelerados y fútiles con los que pretendía
acomodarse en el asiento. Sin saber todavía que realmente la
incomodidad era de algo que había saltado en su interior.
-¿Qué
dices? ¿Estás loco?... Pero qué digo ¡Yo sé que estás loco!-
Respondió molesta, había tomado aquello solamente como una molesta
provocación, y no le había hecho el menor caso a lo último que
dijo él, un remiendo inútil.- Todo este tiempo te he soportado.
Jamás te entendí pero te he soportado para que ahora vengas con
esto.-
-Espera,
no te lo tomes a mal. No es un odio sincero.- Dijo mientras le tomaba
la mano para calmarla. Ella se dejó convencer y se aplacó un poco.-
Sucede que estos últimos días me he percatado de que hace rato que
soy incapaz de conectar con la gente, me puse a pensar porqué, y no
es que efectivamente no pueda sino que siento alguna especie de
desconfianza hacia todos…
-¿O
sea que desconfías de mí?- Interrumpió ella, pero él, haciéndole
caso omiso continuó:
-…entonces
inevitablemente reflexioné que algo me había llevado a sentirme
así…- Hizo silencio y la miró a los ojos como si ella supiera
como terminaba la oración; ella le devolvió la mirada dejándole
entender que no lo sabía. El levantó la ceja, y se acercó un poco
como para decir un secreto - La gente es mezquina.- Dijo con certeza
y triunfo, pero con desaire; como si así explicara todos aquellos
sucesos del mundo.
Ella
sonrió, utilizando esa sonrisa de quien pone en ridículo a otro;
con una mezcla de lástima y convencimiento. Negó con la cabeza y
dijo como si le sonaran vacuas aquellas palabras.
-¿Y
eso qué tiene que ver con nosotros? No tenemos que terminar. No
tiene porqué ser así… no seas bobo.-
-Desconozco
de qué otra forma resolverlo.-
-No
hay porqué terminar porque ¨la gente sea mezquina¨. Mira, si te
gusta alguien más dímelo. Pero no me vengas con esto.- Insistió
ella, sin acabar de comprender o aceptarlo del todo.
-En
serio, te estoy siendo sincero, no hay nadie más. Pero ahora mismo
no sé que otra cosa pudiera hacer. Me estoy sintiendo terrible y
cada momento veo muestras de la mezquindad de la gente. No puedo
simplemente ignorarlo.-
-Estoy
segura de que podemos arreglar esto de alguna otra manera si en
verdad es eso lo que te pasa.- Intentó negociar.
Siendo
totalmente práctica; por una parte no es que le importara demasiado
acabar la relación, pero buscar alguien con quien comenzar una nueva
le parecía una molestia en esos momentos. Además, ya se había
acostumbrado a él: se había encariñado de su dedicación y sabía
vivir con sus manías. Es verdad que había notado cierto
retraimiento durante las últimas semanas, pero nada que pudiera
llegar a ser tan grave. En verdad no se creía del todo los
argumentos; pero viniendo de él tampoco le resultaba excesivamente
extraño.
-Además
¿Qué culpa tengo yo de eso?- Continuó.
-Sencillo:
tú también eres una persona. No has hecho nada pero sé que está
en ti todo el potencial de la hipocresía y la traición, de la
crueldad. Mañana pudieras hacerlo, es algo que está en tu
naturaleza.-
-¡También
en la tuya!- Respondió, sintiéndose atacada nuevamente.
-Sí,
también en la mía, y esa es la otra cara de la moneda. Te amo y no
quisiera ser hipócrita o cruel contigo, o traicionarte-
-Espera
¿Por fin me amas o me odias?- Preguntó bastante contrariada.
Esto
le fue un poco difícil de explicar. Quizás él mismo no lo tuviera
claro, estaba seguro de que la quería mucho, que tenía esa misma
sensación un poco irracional y obsesiva que la gente le llama amor;
pero también sentía un gran desprecio y miedo hacia el conjunto de
la humanidad. Y simplemente no podía sacarla de ahí.
-Te
amo a ti, pero odio a la humanidad y tú eres un ser humano.-
-¿Entonces
no deberías odiarte a ti también?-
-En
efecto. Me odio yo también. No escapo a esas cosas que desprecio
tanto.- Admitió.
En
esos momentos él se sentía capaz de hacer cualquier acción
aparentemente altruista para demostrar lo contrario, cualquier cosa
para demostrar que él, ella y el resto de la humanidad podían ser
buenos. Pero sabría que iba a ser solo para aparentar ser distinto.
Que de un momento a otro también podrían salir de dentro de sí las
cosas aborrecibles que también nos son inherentes como humanos. La
naturaleza del ser humano cuelga entre extremos, cada persona pudiera
ser capaz de sacrificarse por sus seres queridos o hasta por
desconocidos, pero casi siempre va por ahí envenenando y
destruyendo; en la historia hay mucho más de lo segundo. Peor
hubiese sido luchar, peor hubiese sido negarlo.
-Puedes
simplemente obviarlo ¿Seguro que no hay nada que puedas hacer?-
-Es
que me molesta demasiado. Y simplemente no puedo engañarme, creo que
no puedo hacer nada.-
Ella
sintió como algo caliente le surgía desde pecho y le llegaba hasta
cada una de sus extremidades; era furia, prefirió ponerse de pie.
Caminó rápidamente hacia el cuarto. En cada paso hacía sonar las
sandalias contra el suelo más de lo necesario, quería que él se
diera cuenta. Lo logró, pues el hombre se levantó tras ella y la
siguió. Ella fue a sentarse en su cama, con los brazos cruzados y el
ceño fruncido.
Estuvieron
mirándose un par de minutos sin decirse nada. Mejor dicho sin
verbalizar nada. Pues la mirada de ella decía claramente ¨estoy
furiosa¨ y quizás hasta ¨ahora mismo te odio¨, y todo
su cuerpo ¨si te atreves a tocarme exploto¨; los ojos de él
decían ¨lo siento, pero también te odio… a ti, a mí y a
todos¨, con algo de resignación pero también con valentía. La
mujer no resistió más:
-¡Ya,
si quieres irte hazlo! Pero ten claro que no te quiero volver a ver
¡Nunca! – Gritó ella- ¿Y sabes qué? Dentro de unos días no me
acordaré de ti, y vas a ser tú quien me extrañará… verás ¡Pero
si es que ya lo sabía, que tú eres loco! ¡Debí haberme esperado
esto, que vendrías con algo así de un momento a otro!-
Mientras
decía todo esto las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y una
piedra a crecerle en la garganta. Lo último que pudo decir antes de
que el llanto ahogara sus palabras fue:
-No
odio a la humanidad, pero sí a ti.-
El
se había quedado inmóvil mientras le pelearon. Escuchándola,
entendiéndola; y descubriendo con demasiado pesar que ambos tenían
razón. Cuando ella rompió a llorar y no pudo decir más nada se
levantó, le dijo en voz baja ¨Ten piedad de mí, soy un pobre lobo
estepario ¨. La abrazó, un abrazo largo y sincero antes de que el
llanto aminorara y pudiera limpiar con besos las lágrimas de sus
mejillas. Ella aceptó el cariño sin decir nada, le devolvió los
besos, ahora en la boca. Y ambos se fueron a la cama. Tuvieron sexo
(O quizás hicieron en amor, si fuera posible bajo estas
circunstancias), sexo como siempre: con pasión animal, con entrega
desinhibida; sexo como nunca: con la certeza de que no existirá un
mañana, con la melancolía de quien arranca la última rosa de su
jardín, con la desesperación de quien bebe el último sorbo de agua
en un desierto. Terminaron tan cansados que no pudieron hacer otra
cosa que dormir.
Cuando
ella abrió los ojos, él ya se había despertado y la estaba
mirando.
-¿Entonces…?-
Preguntó ella
-Esto
no cambia nada.-
Se
levantó para vestirse, lo hizo lentamente mientras ella observaba
sin energías de deseos de salir de la cama; entonces se despidieron
sin ceremonias: con un beso y un ¨Nos vemos¨.Cuando
salió, ya estaba anocheciendo.
Enrique Betancourt
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