miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cuento: El misántropo

Con tres largo pasos subió la misma cantidad de escalones que separaban a la puerta de la acera y tocó el timbre. Esperó. Unos segundos. Después escuchó ruidos en el interior y ella abrió la puerta.
La besó. En la boca, como siempre.
-Tengo que hablar algo contigo. – Le dijo mientras la flanqueaba para entrar a la casa; ambos fueron hasta el sofá de la sala, donde se sentaron uno junto al otro.
- Escucha… -Continuó.- creo que deberíamos terminar.
Ella lo miró sin demasiada sorpresa, y definitivamente sin ningún signo de desánimo, como si no entendiera bien lo que le quiso decir.
-¿A qué te refieres con eso?- Respondió casi que para enfatizar más su reacción; sin ningún tono de voz en especial, como si fuera una pregunta de cortesía de la cual no le interesaba demasiado la explicación.
El lo pensó, masajeándose las sienes durante unos segundos.
-Quiero decir que tenemos que terminar… tenemos que terminar porque te odio…-Al darse cuenta de lo que había dicho, intentó remendarlo: -… pero no es algo personal, simplemente odio a todo el mundo.-
Ella reaccionó entonces: sintiéndose incómoda, evidenciándolo con algunos movimientos acelerados y fútiles con los que pretendía acomodarse en el asiento. Sin saber todavía que realmente la incomodidad era de algo que había saltado en su interior.
-¿Qué dices? ¿Estás loco?... Pero qué digo ¡Yo sé que estás loco!- Respondió molesta, había tomado aquello solamente como una molesta provocación, y no le había hecho el menor caso a lo último que dijo él, un remiendo inútil.- Todo este tiempo te he soportado. Jamás te entendí pero te he soportado para que ahora vengas con esto.-
-Espera, no te lo tomes a mal. No es un odio sincero.- Dijo mientras le tomaba la mano para calmarla. Ella se dejó convencer y se aplacó un poco.- Sucede que estos últimos días me he percatado de que hace rato que soy incapaz de conectar con la gente, me puse a pensar porqué, y no es que efectivamente no pueda sino que siento alguna especie de desconfianza hacia todos…
-¿O sea que desconfías de mí?- Interrumpió ella, pero él, haciéndole caso omiso continuó:
-…entonces inevitablemente reflexioné que algo me había llevado a sentirme así…- Hizo silencio y la miró a los ojos como si ella supiera como terminaba la oración; ella le devolvió la mirada dejándole entender que no lo sabía. El levantó la ceja, y se acercó un poco como para decir un secreto - La gente es mezquina.- Dijo con certeza y triunfo, pero con desaire; como si así explicara todos aquellos sucesos del mundo.
Ella sonrió, utilizando esa sonrisa de quien pone en ridículo a otro; con una mezcla de lástima y convencimiento. Negó con la cabeza y dijo como si le sonaran vacuas aquellas palabras.
-¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? No tenemos que terminar. No tiene porqué ser así… no seas bobo.-
-Desconozco de qué otra forma resolverlo.-
-No hay porqué terminar porque ¨la gente sea mezquina¨. Mira, si te gusta alguien más dímelo. Pero no me vengas con esto.- Insistió ella, sin acabar de comprender o aceptarlo del todo.
-En serio, te estoy siendo sincero, no hay nadie más. Pero ahora mismo no sé que otra cosa pudiera hacer. Me estoy sintiendo terrible y cada momento veo muestras de la mezquindad de la gente. No puedo simplemente ignorarlo.-
-Estoy segura de que podemos arreglar esto de alguna otra manera si en verdad es eso lo que te pasa.- Intentó negociar.
Siendo totalmente práctica; por una parte no es que le importara demasiado acabar la relación, pero buscar alguien con quien comenzar una nueva le parecía una molestia en esos momentos. Además, ya se había acostumbrado a él: se había encariñado de su dedicación y sabía vivir con sus manías. Es verdad que había notado cierto retraimiento durante las últimas semanas, pero nada que pudiera llegar a ser tan grave. En verdad no se creía del todo los argumentos; pero viniendo de él tampoco le resultaba excesivamente extraño.
-Además ¿Qué culpa tengo yo de eso?- Continuó.
-Sencillo: tú también eres una persona. No has hecho nada pero sé que está en ti todo el potencial de la hipocresía y la traición, de la crueldad. Mañana pudieras hacerlo, es algo que está en tu naturaleza.-
-¡También en la tuya!- Respondió, sintiéndose atacada nuevamente.
-Sí, también en la mía, y esa es la otra cara de la moneda. Te amo y no quisiera ser hipócrita o cruel contigo, o traicionarte-
-Espera ¿Por fin me amas o me odias?- Preguntó bastante contrariada.
Esto le fue un poco difícil de explicar. Quizás él mismo no lo tuviera claro, estaba seguro de que la quería mucho, que tenía esa misma sensación un poco irracional y obsesiva que la gente le llama amor; pero también sentía un gran desprecio y miedo hacia el conjunto de la humanidad. Y simplemente no podía sacarla de ahí.
-Te amo a ti, pero odio a la humanidad y tú eres un ser humano.-
-¿Entonces no deberías odiarte a ti también?-
-En efecto. Me odio yo también. No escapo a esas cosas que desprecio tanto.- Admitió.
En esos momentos él se sentía capaz de hacer cualquier acción aparentemente altruista para demostrar lo contrario, cualquier cosa para demostrar que él, ella y el resto de la humanidad podían ser buenos. Pero sabría que iba a ser solo para aparentar ser distinto. Que de un momento a otro también podrían salir de dentro de sí las cosas aborrecibles que también nos son inherentes como humanos. La naturaleza del ser humano cuelga entre extremos, cada persona pudiera ser capaz de sacrificarse por sus seres queridos o hasta por desconocidos, pero casi siempre va por ahí envenenando y destruyendo; en la historia hay mucho más de lo segundo. Peor hubiese sido luchar, peor hubiese sido negarlo.
-Puedes simplemente obviarlo ¿Seguro que no hay nada que puedas hacer?-
-Es que me molesta demasiado. Y simplemente no puedo engañarme, creo que no puedo hacer nada.-
Ella sintió como algo caliente le surgía desde pecho y le llegaba hasta cada una de sus extremidades; era furia, prefirió ponerse de pie. Caminó rápidamente hacia el cuarto. En cada paso hacía sonar las sandalias contra el suelo más de lo necesario, quería que él se diera cuenta. Lo logró, pues el hombre se levantó tras ella y la siguió. Ella fue a sentarse en su cama, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Estuvieron mirándose un par de minutos sin decirse nada. Mejor dicho sin verbalizar nada. Pues la mirada de ella decía claramente ¨estoy furiosa¨ y quizás hasta ¨ahora mismo te odio¨, y todo su cuerpo ¨si te atreves a tocarme exploto¨; los ojos de él decían ¨lo siento, pero también te odio… a ti, a mí y a todos¨, con algo de resignación pero también con valentía. La mujer no resistió más:
-¡Ya, si quieres irte hazlo! Pero ten claro que no te quiero volver a ver ¡Nunca! – Gritó ella- ¿Y sabes qué? Dentro de unos días no me acordaré de ti, y vas a ser tú quien me extrañará… verás ¡Pero si es que ya lo sabía, que tú eres loco! ¡Debí haberme esperado esto, que vendrías con algo así de un momento a otro!-
Mientras decía todo esto las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y una piedra a crecerle en la garganta. Lo último que pudo decir antes de que el llanto ahogara sus palabras fue:
-No odio a la humanidad, pero sí a ti.-
El se había quedado inmóvil mientras le pelearon. Escuchándola, entendiéndola; y descubriendo con demasiado pesar que ambos tenían razón. Cuando ella rompió a llorar y no pudo decir más nada se levantó, le dijo en voz baja ¨Ten piedad de mí, soy un pobre lobo estepario ¨. La abrazó, un abrazo largo y sincero antes de que el llanto aminorara y pudiera limpiar con besos las lágrimas de sus mejillas. Ella aceptó el cariño sin decir nada, le devolvió los besos, ahora en la boca. Y ambos se fueron a la cama. Tuvieron sexo (O quizás hicieron en amor, si fuera posible bajo estas circunstancias), sexo como siempre: con pasión animal, con entrega desinhibida; sexo como nunca: con la certeza de que no existirá un mañana, con la melancolía de quien arranca la última rosa de su jardín, con la desesperación de quien bebe el último sorbo de agua en un desierto. Terminaron tan cansados que no pudieron hacer otra cosa que dormir.
Cuando ella abrió los ojos, él ya se había despertado y la estaba mirando.
-¿Entonces…?- Preguntó ella
-Esto no cambia nada.-
Se levantó para vestirse, lo hizo lentamente mientras ella observaba sin energías de deseos de salir de la cama; entonces se despidieron sin ceremonias: con un beso y un ¨Nos vemos¨.Cuando salió, ya estaba anocheciendo. 

Enrique Betancourt 

No hay comentarios:

Publicar un comentario