miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cuento: Perdió Capriles


No puede haber concentración a la hora de limpiar el arroz, Telesur está a todo volumen en la casade al lado. La leche hierve en la hornilla, casi se bota, tomo un paño y aparto la vasija. Entra una paloma a la cocina. Le lanzo unos mendrugos. Nicolás Maduro grita, me parece que el televisor del vecino está en mi propia casa.
Odio estas construcciones, pegadas unas encima de otras como antropofagia de matrioskas. Doy un grito mayor que el de Maduro y voy al Diario. Escribo que no me gusta ese hombre. Descargo toda mi rabia. Digo que —como tantos otros—, tal vez tendrá intenciones de bien para su pueblo, pero que va muy mal. No me gusta ese hombre, aclaro. Lo prefiero manejando el Metrobús.
Lo escribo en mi Diario y me emociono y me altero porque el televisor del vecino cada vez está más alto con un discurso que no comprendo. Entonces voy al balcón y lanzo mi discurso, donde aclaro que me cansé de escribir y ahora voy a gritar:
No me gusta ese hombre. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta. No me gusta ni un poquito así, digo. Lo grito. Apunto con el índice adivinando que Venezuela se encuentre en el punto que escojo al azar. Me considero capaz de convencer y deseo que todo el que pase por esta calle, coincida conmigo.
Pasaron muchas horas sin variación alguna. Tarde en la noche el vecino apaga su televisor y entonces yo enciendo el mío. Leo en titulares las noticias que indican que mi esfuerzo fue en vano. Mis gritos no llegaron al oído de nadie: Nicolás Maduro asumirá la presidencia, medio país ha votado por él, nuevos conductores tendrá el Metro de Caracas.

Ghabriel Pérez

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