miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cuento: Llovía a cántaros

Llovía a cántaro como era costumbre decir, pero yo diría que llovía más a cubos que a cántaros. De esa manera recogíamos el agua para engañar a la miseria. Cubos que vaciábamos en un tanque hasta la mitad porque la otra estaba llena de huecos por los golpes de los años y de la familia.
El día que llovía era de fiesta en la casa, todos terminábamos empapados en un agua que olía a cielo, bautizo, a esperanza. La esperanza de que mamá se sacara un número para cambiar el techo de zinc o cuando amanecíamos resfriados porque la luna parecía una bombilla de 220 volt y luego nos decían que no abriéramos sudados el refrigerador, sonaba a ironía. ¡No teníamos! Ni había que abrir nada para que el frio se colara por los hoyos del techo y las paredes, entraba gota a gota en silencio, iba enfriando todo hasta quedarnos llenos de escarcha que mama quitaba al otro día a golpes del cincel de que nos cogía tarde para la escuela.

Mi hermana menor Roció tuvo una artritis reumatoidea por los cambios de temperatura dentro y fuera del hogar y yo también tuve mis ideas reumatoideas como era forrar de cartón la casa y de ese modo nos sentiríamos como un paquete postal de los que le llegaba a Alcides todos los meses del extranjero. No sabía lo que era el extranjero ni donde quedaba, pero Alcides siempre vestía bien y comía bien. Su casa no era un aguacero, ni lo veía quemarse los pómulos cuando la temperatura subía a 30º grados mientras papa tomaba botellas de cualquier tipo porque le daba rabia como sudábamos y Alcides lo acompañaba.

El día que vino a despedirse le pedimos que nos llevara con él para el extranjero, ese lugar extraño donde había chocolates y mamá decía que nuestro chocolate era el kepi, con el nos mataba el hambre. Los niños en ese país –nos contaba Alcides- jugaban con escopeta que alumbraban y nosotros con palos que imaginábamos escopetas, con ellas matábamos al enemigo.

Vimos a los vecinos quitarnos nuestros únicos juguetes para golpear a Alcides por querer irse lejos de todos, pensaba que era que lo querían mucho. Lleno de moretones no se quejó de nada y entendí que no lo querían tanto. Me dijo que merecía esos golpes por tener sus propias ideas, yo no entendí que tuvieran ideas a base de palos o en el peor caso que a alguien le cayeran a palos por sus ideas. Por eso en la escuela cuando la maestra nos decía que si teníamos idea de lo que era el bloqueo yo me callaba porque sabía que después del bloqueo venían los palos. Mucho menos entendí cuando todos le gritaron gusano, cuando el comía todos los días como un rey.

Sentí asco de Alcides y me lo imagine sentado en la mesa comiendo gusanos mientras en casa mamá nos hacia una sopa con arañas y las patas de las arañas nadaban dentro del agua, debe ser por eso que Rosa siempre quería estar trepada por las paredes de la casa de los vecinos pidiendo comida y así le pusieron Rosa la trepadora, de momento aparecía en la ventana de cualquiera estirando sus brazos anímicos pidiendo otra cosa que no fuera sopa de araña y cuando se fueron enterando todos que mama para calmar el ruido feroz de nuestras tripas hacia sopa de araña nos pusieron la familia arácnido.

A mí me gustó esa palabra, yo arácnido, conocía a Spiderman pero seguro que él tampoco comía de nuestras sopas o quizás un día a mí también me saldrían telas de araña y eso me ponía contento yo vestido con un pantalón largo, use los cortos hasta los 15, yo con una camisa de mangas largas y vinieron juntos los dos deseos envolverme en tela y tener todo largo y me empezaron a crecer las ideas que Alcides me metió en la cabeza, cuando mamá me escuchó la palabra contrarrevolucionario me empezó a lanzar todos los cubos de agua del tanque para enfriarme el cerebro y lo logró. Más nunca he vuelto a usar esa palabra, ahora digo todos sus sinónimos y antónimos. Escribí páginas completas hablando del régimen y el techo de zinc y volvíamos a quedarnos en casa sin agua. Mamá estudiaba mis movimientos y hombres en guayaberas me seguían a todas partes, yo me sentía un hombre mojado, empapado, húmedo, sudando ideas políticas, subversivas, sancionadas y llegaron a mi los refugiados, los presos políticos, los antagonistas al proletario. El cuerpo se me fue llenando de agua que entraba por mis ojos junto a mis ideas y caí en un cajón de agua, fui mordido por los peces grandes con guayaberas y me sentí como una sardina enlatada, mordido por mi propia escases de talento para conquistar otra cosa que no fueran mis ideas.

Se dieron cuenta que no era peligroso que tenía demasiado agua en el cerebro y me regalaron un bote de zinc que en medio del mar empezó a llenarse de agua. Floté hasta la otra orilla donde me esperaban mis hermanos los subversivos y pasé de ser de apellido arácnido al primer hombre acuoso del mundo. Mis ideas eran líquidas, densas, me comportaba como todo un ser acuoso y quise defender la teoría que había que hundir la isla con agua. Ese sería el cambio, pero pensé en mamá que no sabía nadar, que ya tenía bursitis, tendinitis y “hambritis” de haberse pasado toda su vida llenando el mismo tanque que luego vaciaba y volvía a llenar, un ejercicio infinito que aprendió mi hermana cuando mamá ya no sostenía el cubo y me escribía hablándome de los metros cúbicos de agua que le cabían al tanque, anotaba en una libreta los milímetros que extraía después de calcular su uso diario y había memorizado cada gota de agua y su uso.

Me contaba que ya no había arañas en la isla para seguir preparando sopas, que los peces grandes tenían la gota y en casa ni una gota de café cuando se levantaban ni una gota de aceite porque la moda era la manteca de coco y cuando los iba a visitar. Y yo solo pensaba en el diluvio, el momento exacto de ir a rescatarlas y empecé a vender agua, al parecer era el destino de la familia, el agua nos perseguía a todas partes y llene pipas, tanques, toneles, pomos, latas de agua, agua, agua.


Moisés Pérez

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